Marta: la dulzura hecha solidaridad

Amable lector/a, el autor de este espacio de opinión lo cede esta vez para rendir homenaje a una mujer excepcional que sin ser colombiana trabajó por Colombia como si lo fuera buscando que se respetaran los derechos humanos de todos los colombianos y colombianas. Tolimeo.

In Memoriam

Cuando la encontré por primera vez en la estación de Zúrich –otoño de 1990- tuve la impresión de que nos conocíamos de tiempo atrás, no por mi actitud sino por la suya, me recibió con esa sonrisa suave y discreta de siempre, inspirando confianza y hospitalidad. Ya en su apartamento en Regensdorf, a la hora de la cena, una sorpresa: “yo preparé arroz porque sé que a los colombianos no les puede faltar”. Me conocía a través de su experiencia de trabajo con cientos de compatriotas en riesgo en mi país. Terminada la cena estuvimos conversando hasta medianoche de su activismo social y humanitario como de la situación en Colombia. Me sentí cautivado con el conocimiento que tenía para la época sobre mi país, verdadera experta en la materia. Tantos años de labor allí la llevó a tener indudable arraigo en un país tan violento como lo es Colombia –por cierto, creo que ella conoció mejor que la mayoría de los colombianos, incluyéndome, tanto la geografía como la idiosincrasia, las problemáticas nacionales, sobre todo de la población postergada del país-. Por los mensajes leídos estos días, seguro estoy que son cientos de compatriotas defensores de derechos humanos, campesinos, estudiantes, sindicalistas, líderes sociales y cívicos, entre otros, que encontraron en su intervención discreta pero efectiva la protección de sus vidas, evitaron una detención arbitraria, una tortura u otro grave atentado contra sus derechos.

Nuestros encuentros cada año ya en Bogotá, ya en Berna, Zúrich o Ginebra donde ella o nosotros nos desplazábamos para almorzar, dialogar y luego seguir conversando mientras caminábamos por un parque o visitando un museo, como a ella tanto le gustaba, se prolongaban casi toda la jornada. Creo no equivocarme al afirmar que los tres  -ella, mi compañera y yo-, nos volvimos confidentes en algunos asuntos específicos relacionados siempre con la situación de los derechos humanos y la vida política colombiana al punto de confiarme deseos sobre encuentros o actividades que hubiera querido tener o hacer, mas por falta de su consentimiento no debo revelar. No obstante esa confianza jamás abordamos sus investigaciones y proyectos de campo que realizaba. Una profesional a carta cabal como diría un guatemalteco. Con el tiempo y luego de nuestro retorno al país, tuve la satisfacción –de verdad era un placer- compartir con ella mis notas y opiniones sobre la vida colombiana a través de este blog, satisfacción aumentada cuando recibía sus comentarios y, a veces, su disculpa por no haberlo hecho más pronto.

Hoy no dudo en afirmar que en medio de las dificultades o inconvenientes en su trabajo sobre el terreno –Putumayo, Cauca, Chocó y otras regiones apartadas y marginadas de Colombia- no perdió la calma, menos su sonrisa medio irónica, medio suspicaz, pues también nos contaba las “picardías” que les hacía a ciertos funcionarios del Estado colombiano…en fin, no recuerdo haber visto a Marta perder su compostura, buenas maneras, sencillez y calidez que siempre irrigó a través de sus diversas manifestaciones y actividades que llevó a cabo durante tantos años en pro de los derechos humanos en mi país. Sé que me quedo corto calificando la personalidad de una mujer excepcional que para mí siempre fue y será.

Vereda La Flor, San Luis, Tolima

Reseña biográfica (1942 – 2024)

Marta Fotsch, en 1977 en la oficina de su casa y en 2016 en la Asamblea general de Amnesty © Amnesty International

Marta nació el 24 de marzo de 1942 en Winterthur, Suiza. Su verdadero nombre Martha Mina Knoblauch, pero nunca le gustó la «h» de su nombre. Muy aficionada al piano, quiso ser pianista. Tocó en el conservatorio de Winterthur durante muchos años; pero su padre quería que aprendiera una profesión «de verdad», así que fue a la escuela de negocios y trabajó en el despacho de un abogado durante unos meses. Como fue madre a los 20 años, se ocupó de su familia. Casada con Walter, tuvo tres hijos y seis nietos.

Ingresó a la organización de Derechos Humanos Amnistía Internacional (AI) en noviembre de 1971, pocos meses después de que se fundara la sección suiza. Pronto fue elegida miembro de la junta directiva de AI y fue vicepresidenta de AI Suiza hasta 1986. Después y hasta 2006, estuvo a cargo del Fondo De Ayuda – hoy Fondo de Ayuda para los Derechos Humanos -, creado por los Grupos de Ginebra en 1969. Durante mucho tiempo no tuvo más aficiones que tocar el piano, pues AI era su trabajo, su pasión y su hobby junto a su familia. Sin embargo, siempre le interesaron el arte, la literatura y la historia, y disfrutaba viajando con su esposo Walter. Siempre tuvo muchas flores en el balcón de su casa en Regensdorf, más tarde en Hallau descubrió su pasión por la jardinería. Marta era una maga en la cocina: preparaba platos maravillosos de la «nada», cocinaba excelente y muy creativa.

Como activista y defensora de derechos humanos, Marta empezó a trabajar por y con las víctimas de la dictadura argentina (1976) y por las de Colombia en 1986; viajó a Bogotá por primera vez en 1988. Su trabajo de campo en Colombia comenzó en una de las décadas más violentas y represivas del país, caracterizada por graves violaciones a los derechos humanos, cuyas víctimas fueron líderes políticos y sociales, sindicalistas, estudiantes, campesinos, defensores de derechos humanos, entre otros. Fue la época del comienzo del exterminio físico de la dirigencia y militancia de la Unión Patriótica, UP. Su compromiso con el pueblo colombiano fue tan alto que visitaba al país una o dos veces por año todos los años hasta diciembre de 2022, cuando ya no pudo volver porque un derrame cerebral en abril de 2023 se lo impidió. Su trabajo no lo hacía en las oficinas de la burocracia central o de las grandes ciudades sino en territorios donde la miseria, el abandono estatal y la violencia político-social golpea con fuerza a los más vulnerables: comunidades del Chocó, Cauca, Nariño, Putumayo, entre otras, fueron el centro de sus preocupaciones, investigaciones y proyectos humanitarios.

Marta se apaga en Zúrich, Suiza, el 12 de febrero de 2024 dejando un vacío difícil de llenar tanto para su familia como para los derechos humanos del mundo, en particular de los colombianos que tuvieron en ella el apoyo incondicional ante una inminente o consumada violación de los derechos humanos.

Fuente: la familia y A.I.

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