El Informe Hay Futuro si hay verdad de la Comisión de la Verdad nos recuerda que existe una dura realidad desconocida u olvidada en el país: la de los exiliados, La Colombia fuera de Colombia.

Amable lector(a),
Tal vez las palabras exilio, exiliado, refugiado, no signifiquen nada, o muy poco, para la mayoría de colombianos, pero si escuchamos la voces testimoniales de quienes viven en esa condición el significado toma otra dimensión, o mejor, su verdadera dimensión: una realidad que vive oculta, olvidada o desconocida para esa mayoría nacional. Esta razón es más que suficiente para una reflexión y, por qué no, una acción sobre este fenómeno político-social que es una consecuencia más de la violencia política colombiana.
El 14 de julio pasado, en Ginebra, Suiza, la Comisión de Esclarecimiento de la Verdad, CEV, presentó su Informe Hay Futuro, si hay verdad, con énfasis en el capítulo El exilio: La Colombia fuera de Colombia. Luego de 2.048 entrevistas, la CEV analizó y consignó en su Informe final el testimonio de las circunstancias en que viven los miles de colombianos –la CEV estima que más de un millón salieron del país entre 1958 y 2016 por razones políticas-, que desperdigados por los cinco continentes hacen parte de los ocho millones de víctimas de la violencia política en nuestro país. El Informe presentado en Ginebra por tres Comisionados de esta institución, que hace parte de las tres que conforman el Sistema Integral para la Paz, creada por el Acuerdo de La Habana (o del teatro Colón) firmado entre el Estado colombiano y las FARC-EP., también llamada justicia transicional, fue el mismo presentado a la nación colombiana el 28 de junio de este año por su presidente Francisco de Roux, SJ, en Bogotá.

En acto sencillo, lleno de esperanza en la paz y la reconciliación nacional, luego de la presentación de varios videos frutos del trabajo y conclusiones de la CEV, de las explicaciones de los tres Comisionados sobre el Informe mismo y la metodología empleada, el trabajo de campo –visitas y entrevistas a los afectados en diversos países- se adentraron en la dura realidad de los colombianos que se vieron forzados a salir del país contra su voluntad por razones políticas, las particularidades y los patrones comunes que las causaron y los efectos de esta condición. A continuación se escucharon las voces, femeninas y masculinas, de varios de los nacionales que forman la diáspora político-social en los cinco continentes que expusieron su personal situación, preguntando o comentando acerca de su drama, de su historia, historia que va quedando grabada en nuestra mente que, a su vez, piensa en el sinnúmero de inquietudes y cuestiones que afloran, quizás muchas sin respuestas, sobre este fenómeno que desconocido o lejano para la nación colombiana hace parte de nuestra nación herida. Sí, a pesar de haber conocido de primera de mano y desde hace tiempo algunas de esas historias, no deja de conmover volver a escuchar el desastre, silencioso por lo general, de cada una de estas víctimas del conflicto armado nacional que marca la condición de exiliado o refugiado. No saber para dónde se va ni hacer qué, tener solo la certeza que la salida abrupta contra su voluntad salvó la existencia personal y/o familiar, que la vida queda suspendida como el péndulo de un reloj en el país de acogida; oír en medio de lágrimas o sollozos de la víctima que cuenta su destierro –porque lo es-, el recuerdo de la impotencia de tener que dejar seres queridos –en ciertos casos sin poder hacerle el duelo al o los muertos violentos o indagar sobre sus desaparecidos-, allegados, bienes, el trabajo, .. en fin, dejarlo todo, o casi, porque su labor y, a veces su sola presencia, incomodaba a unos o a muchos, por lo general a los detentadores del poder del Estado, porque su testimonio o su denuncia constituyen –sí, aún en presente- una prueba más de cargo contra los perpetradores de cientos de graves violaciones de derechos humanos o del derecho humanitario en el contexto de una violencia que la mayoría queremos apagar y unos pocos mantener. Conmovedor y doloroso escuchar de un exiliado decir que por momentos se siente culpable de su exilio, o de jóvenes de la segunda generación de refugiados que no saben por qué están o nacieron fuera de Colombia, o el silencio de todos, o de casi, de su sufrimiento que guardan como si de un secreto se tratase para no mostrar debilidad ante propios y extraños, para que nadie se entere de su dolor, el conflicto familiar que con cierta frecuencia se presenta en el hogar del exiliado y muchas veces con consecuencias que empeoran aún más su situación: separaciones impensadas, alcoholismo, adicción a las drogas e, inclusive, suicidios. Pero, ¿quiénes son los exiliados colombianos? El líder político o cívico, el abogado defensor de derechos humanos, el miembro de una ONG local defensor de minorías étnicas, el campesino reclamante de restitución de tierras, el estudiante, el sindicalista y hasta el fiscal o el juez que a nombre del Estado investiga o condena a los victimarios de horrendos crímenes, o el simple testigo de un crimen atroz porque su sola presencia, denuncia o testimonio no deja duda acerca de la responsabilidad de los autores de esos vejámenes en el contexto del conflicto armado que aún se vive en Colombia.

Una exiliada política y una exiliada de segunda generación
Volvamos a todas las arandelas que el exilio conlleva. El ser y no ser de aquí ni de allá, sentirse agradecido y al mismo tiempo extraño y desconfiado en el país de acogida, la integración y el aprendizaje de otro idioma, arte u oficio para volver a empezar de cero aumentan la angustia de aquel que se vio abocado a una salida súbita del país –insisto- como única alternativa para seguir vivo. La cuestión del regreso como solución a un problema que se prolonga en el tiempo –a veces nunca se soluciona-, son dilemas, debates interiores que no siempre ven la luz pública pero sí los destrozos o deterioros que van dejando con el paso del tiempo. Este silencioso proceso del exilio que fuera de sus propias víctimas y sus familias pocos conocen, excepto los abogados defensores de derechos humanos, las entidades nacionales y extranjeras que se ocupan de esta problemática y los funcionarios del Estado receptor u otorgante del refugio. Razón no le falta al Comisionado de la CEV, Carlos Martín Beristaín cuando afirma: “Hay una parte de la verdad de Colombia que solo se puede conocer fuera de Colombia.”.
Amable lector(a), esta no es más que una apretada reseña del exilio y la condición que viven los exiliados –por cierto, no solo de nuestro país sino de todo el mundo-. Se estarán preguntando si no hay un aspecto positivo en esta situación, o en otras palabras, ¿fuera de haber protegido su vida y la de los suyos qué más ganó quien salió en estas circunstancias del país? Sí, algunos exiliados han logrado integrarse y restablecerse en los aspectos materiales, en lo económico y profesional, llegando incluso algunos a descollar en el país de acogida. Sin embargo, ¿estos logros compensan los daños internos, morales, que sufren estas personas desarraigadas forzosas que han perdido incluso sus ancestros? ¿Se puede recomponer el tejido familiar roto cuando una parte de la estirpe está en el país y la otra partió con él o ella al exterior? Cada quien tendrá su propia respuesta.
Termino diciendo que en el acto del 14 de julio en el Consejo Ecuménico de Iglesias de Ginebra se respiraba un ambiente de esperanza por el cambio político y social que prometió el nuevo presidente, Gustavo Petro, quien declaró al recibir el Informe final de manos del presidente de la CEV que su gobierno acogía las conclusiones y recomendaciones del mismo y las pondría en práctica.
Ojalá así sea.
Hasta pronto,
Tolimeo,
Mies, CH, agosto de 2022